Compartimos con ustedes las reflexiones de Gabriel:
“Si las cosas ya no se escriben de otra forma ya no se escriben más”
Nicolás Casullo, octubre de 2008
1. La derrota del 28-J ha sido la confirmación de una inferioridad numérica, el mazazo en el rostro de fuerzas rivales inconmensurables para el voluntarismo explícito en que habíamos caído desde marzo de 2008. No desconocíamos la debilidad previa: si de algo éramos conscientes, razón por la cual defendimos con ahínco al proceso político en marcha desde 2003, es que las mayorías circunstanciales que trabajosamente se habían anudado en el terreno electoral y en términos sociales, eran escasas, frágiles. Contrariamente a la acusación de hegemonía y autoritarismo, si algo está en el ADN de este gobierno es la condición fragmentada de su legitimidad política. Rompecabezas movedizo cuyas piezas alteran su lugar, se desplazan y se tensan cuando la voluntad política del gobierno se inclina por favorecer o emprender hendiduras decisivas.
Frente a la recuperación de cierto empuje económico y desahogo social, el haz de demandas generales y particulares de la salida de la convertibilidad cedió, en algunos casos al obtener lo que buscaban y en otros al resignarlo. Mientras que el catastrofismo macroeconómico permanentemente anunciado desde 2003 no tuvo lugar, amplios sectores medios reencontraron una alineación en la estructura social mientras diferentes segmentos populares reducían carencias. Ese principio de bienestar general, de ánimos reparados, de derechos restituidos, acompañó los mejores momentos de la presidencia de Néstor Kirchner, y constituyeron unos de los períodos más auspiciosos de la historia reciente. Cuando se dice que en la elección presidencial de 2007 no se votó por la profundización de los cambios ni por la aceleración del tiempo político hacia una agenda de transformaciones plenas, hay algo de razón. El gobierno, con su capital político todavía intacto –incluso arriesgando el cambio de liderazgo- encarnó con su propuesta más la continuidad de aquellos años dorados del primer kirchnerismo, incluso una alusión a una etapa institucional, menos repentina, que su configuración en una fuerza gobernante de avanzada.
2. Lo que sucedió entre el triunfo de Cristina Fernández en octubre de 2007, su asunción y la irrupción del conflicto por la Resolución 125 en marzo de 2008, fue la gestación de un escenario de disputa, la reacción conservadora a ese proceso. Lentamente comenzó a emerger un bloque social donde irían a reunirse fuerzas económicas, políticas y culturales que por distintas causas habían quedado en estado de dispersión o desagregación, o que incluso eran aliados y socios del gobierno. Ese conflicto, esa puja de intereses concreta, habilitó la rendija, abrió una puerta a la que no habían tenido acceso antes. Con los pequeños productores como escudo, y un mundo campestre y local restaurado tras la quiebra de los noventa, los sectores más concentrados de la economía junto a los sectores más reaccionarios de la política y la corporación mediática, dictaminaron públicamente el final del kirchnerismo como etapa política.
Lo que empezó entonces fue otra historia. A partir del primer rechazo a la Resolución 125 se resquebrajó la Argentina. Se abrió una grieta insalvable que puso en cuestión nuevamente treinta años de neoliberalismo, que evidenció otra vez los límites del Estado para definir un modelo social y económico incluyente. Todo lo que el kirchnerismo había alentado desde su inicio en cuanto a recuperación de una memoria política de compromisos militantes, y en cuanto a la gradual o tímida escisión sobre ciertas variables sociales y económicas, se halló ante una encrucijada. La aparición de una fuerza social compleja cuya escenificación fueron los cortes de ruta, los cacerolazos urbanos y la adhesión contundente de los principales medios de comunicación, mostró las debilidades del gobierno. Ese principio de enfrentamiento, leído como amenaza profunda, desató en el kirchenerismo un patrón de respuesta diferente al operado durante sus primeros años. O en todo caso, más simplificado y rústico. Una suerte de franqueza defensiva provocó un lento pero inexorable desacople de aliados, partidarios y lealtades a granel, lo que, en el mejor de los casos, blanqueó intereses, identidades y compromisos. En un juego rápido de suma y resta, el gobierno perdió mucho en lo inmediato y apostó a un tipo de ganancia trabajosa basada en algo que hasta entonces le había dado resultado, aunque ahora lo hiciera de manera expuesta y descarnada: explicitar conflictos, temas, actores. Y algo ganó.
Lo que nació entonces fue el segundo kirchnerismo, o el kirchnerismo a secas, si pensamos el proceso como depuración o pasaje en limpio. Eso sí, ese zambullirse del gobierno le reveló una debilidad infinitamente mayor a la anterior. O la misma debilidad pero esta vez con una mayor incapacidad de coaligarse y congeniar un programa con sustento político. Lejos de la transversalidad y la concertación plural, pero también peleándose con el PJ y dividiéndolo mientras lo abrazaba, el gobierno puso en escena un redoble simbólico de alto voltaje: el encuentro de la CGT, militantes piqueteros y de derechos humanos, e intelectuales.
Interpelados por la gravedad de la situación, un grupo de pensadores, profesionales y artistas tomó la palabra días después que, valientemente, el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA pedía al Poder Ejecutivo la regulación de contenidos mediáticos de abierta xenofobia, clasismo, discriminación y parcialidad a favor de intereses sectoriales. Carta Abierta comenzaba a reunirse en la Biblioteca Nacional mientras maceraba su primer texto público.
Poco antes, el 1º de abril, Cristina había hablado por primera vez en Plaza de Mayo, a 20 días del lock out agropecuario. Desde la tarima había pedido el levantamiento del paro y los cortes de ruta, a la vez que esbozaba dos líneas que tallarían de manera obsesiva en los meses posteriores. Por un lado, la acusación a la prensa de complicidad con el campo y de desestabilizar al gobierno. Por el otro, la necesidad de redistribuir la riqueza nacional. Cristina dijo “Generales mediáticos” y “Piquetes de la abundancia”. Y dijo también la enigmática frase: “El peronismo nunca alentó la lucha de clases”, que hacia atrás podía leerse como errónea, pero en el presente dejaba una estela amenazante: “Pero no nos busquen”. La explicitación de estas dos líneas o aspectos de una misma trama -medios de comunicación y redistribución de la riqueza-, fueron la respuesta del kirchnerismo al planteo agropecuario. Desde entonces, nada volvió a ser igual.
La prolongación del conflicto con el campo esmeriló la presencia del gobierno, redefiniéndole fuerzas, temas, matices, estilos, prioridades, actores y prácticas.
La derrota de la Resolución 125 en el Senado, aún tratándose de un proyecto que moderaba y complejizaba el esquema recaudatorio de marzo, dejó en pausa la desconexión con el humor general, con el cual el kirchnerismo había tenido vínculos animosos durante cinco años, con índices de popularidad cercanos al setenta por ciento.
¿Por qué la misma precariedad política sobre la que el kirchnerismo había dado sus primeros pasos ahora se le venía encima y habilitaba, con precariedad invertida, a una oposición difusa pero con creciente capacidad de daño? La estatización de Aerolíneas y, sobre, de las AFJP, fueron acaso de las medidas más audaces del gobierno desde 2003. Por la magnitud y por el símbolo. Luego vino la crisis internacional y el adelantamiento de las elecciones legislativas.
3. ¿Cuál había sido la novedad de 2008? ¿Qué convirtió en agonía cada paso del gobierno? ¿Qué se había perdido antes de perder en las urnas? ¿Qué pasó con ese peronismo que volvía a ser interpelado por izquierda? ¿Qué pasó con los sectores progresistas sin partido que eran llamados desde el gobierno a sentirse parte de lo político? ¿Qué pasó con los sectores progresistas con partido? ¿Qué pasó, incluso, con sectores moderados que habían acompañado medidas de cambio? ¿Qué impacto comenzaba a tener el descuido de aspectos formales como la intervención del INDEC? ¿Cuánto del deterioro se debió a cierto desprecio de algunos funcionarios y de ciertos episodios reñidos con la ética pública?
Como en un desfonde inseparable, de resquebrajamiento y revelación, la nueva escena permitió poner en el habla cotidiana el concepto de redistribución del ingreso, como no sucedía en el primer plano de la política argentina desde mucho tiempo atrás. A esa evocación potente de un Estado interventor se la redujo, se la caricaturizó como la pretensión de un manejo discrecional de la caja pública. Sea cual sea el desenlace, al gobierno de Cristina se le deberá la reinstalación de la idea de que el destino de los recursos del Estado implican un debate en el espacio público: asignación de prioridades. A diferencia de los noventa, que empezó con el desguace del Estado y terminó con el cepo convertible que congelaba los intercambios y a la vez castraba el germen de cualquier atisbo que los alterase. Tal vez esta haya sido la carta más fuerte del kirchnerismo en la elección del 28-J, esbozada con bastante eficacia en los spot de las personas comunes con carteles que explicaban en qué les había cambiado la vida gracias a tal o cual medida del gobierno. Nuevos jubilados, nuevos trabajadores, nuevos alumnos, nuevos profesionales. Tan derrotada pero sin embargo tan clara fue esta interpelación del proselitismo kirchenerista, que en verdad los ganadores de Capital y provincia de Buenos Aires, durante los últimos días de la campaña ensayaron posiciones contrapuestas, cambiantes y esquizofrénicas sobre el rol del Estado. Ese balbuceo, que mostraba a los futuros ganadores en una absoluta hipocresía, expresó sensiblemente el vacilar de amplios sectores medios y populares frente a ese mismo Estado al que se le reclama seguridad pero se le niega hacer política social, al que se le reclama que combata la pobreza pero se le niega los recursos necesarios. También desnudó una heterogeneidad cultural inédita en los sectores medios argentinos, donde el largo proceso de privatización de los espacios públicos –básicamente Salud y Educación, pero también la cultura en sentido amplio-, a la par de una creciente individuación de la vida cotidiana, fragmentó y desvinculó sus preocupaciones, intereses y opciones de otros segmentos menos favorecidos. Existe en el corazón de esa heterogeneidad un problema grave y, a la vez, un tipo nuevo de responsabilidad histórica que nuevamente le cabe a la clase media argentina. Acaso este mano a mano con el kirchnerismo esté ya completamente perdido: lo cierto es que darlo por perdido de una vez y para siempre implica la desagregación forzada de amplios contingentes ciudadanos que están asomándose a experimentos políticos a todas luces amenazantes. Lo peor que les ha pasado a estos sectores medios cuyas historias familiares y personales están indisolublemente ligadas al Estado en todo cuanto se imagine, es que hoy en día viven en comunidades autónomas para las cuales el Estado pareciera ser sólo un apéndice bobo que atiende a sus empleados de servicio, y al que sólo se le reclama, arteramente, que castigue a los chorros que quieren afanarles hasta las entrañas.
Lo que indudablemente se ha señalado como la gran pérdida del gobierno fue no haber mantenido como base política a los pobres, a las clases bajas, a los sectores medios-bajos. Sin abundar ni hacer sociologismo ni historicismo, no hubo proyecto político en la Argentina contemporánea, al menos desde mediados de los setenta, que haya producido una interpelación tan fuerte hacia estos sectores. El kichnerismo es su fuerza política. Si un marciano aterriza hoy en la pampa húmeda y pregunta quiénes son los líderes de las fuerzas existentes y a quienes representan, pues no hay duda que el gobierno intenta sostener un modelo estatalista mediante el cual se ha incorporado socialmente a millones de personas. Ahora bien, también se ha dicho después del 28-J que la subestimación de la pobreza a partir de 2006 le hizo perder de vista al gobierno dónde debía auxiliar de manera directa y urgente.
4. El agua potable, la vivienda popular, la salud entendida como prevención y red social que impida y no fragüe las enfermedades de la pobreza, continúan siendo necesidades impostergables. Recuperar la idea de política soberana sobre la Energía y el Transporte como sectores estratégicos y como servicios públicos, de alta sensibilidad técnica y de una manifiesta complejidad de intereses económicos y corporativos, es un imperativo que requiere el trazado de amplias coaliciones sociales, políticas y técnicas.
Sin embargo, en el horizonte abundan los nubarrones. La emergencia del poder concentrado, una vez más, busca en este presente post 28-J –ese día y esa noche con nombre de atentado- disciplinar a la política. La agenda de la oposición de derecha, empujados por las patronales del campo y el empresariado conspicuo, es el castigo ejemplar: la derrota cabal de la tentativa progresista.
La recuperación de espacios reflexión es tanto una necesidad como una prefiguración de escenarios futuros. Conocernos, vernos las caras y escucharnos, sabernos compañeros e integrantes de algo mayor, es imprescindible. Antes de sucumbir a la política nuevamente entendida como neobipartidismo conservador, necesitamos reencontrarnos en una convocatoria amplia y generosa que nos amigue y nos contenga. Lejos de las etiquetas electoralistas pero también lejos de estructuras partidarias vacías. Cerca de las organizaciones sociales, de los sindicatos y de la producción cultural. En sintonía con los proyectos de reforma social y política de América Latina.
Hace pocos días, Horacio González dijo en un reportaje que le gustaría que de la experiencia del kirchnerismo surgiera una alternativa importante para el 2011, aún con las enormes dificultades que esto significa. Y que para ello se necesita una imaginación política que sirva para crear nuevas expresiones políticas, incluso con nuevos nombres. Creemos en la necesidad de darle a este momento histórico de la Argentina una nueva fuerza política. Una identidad nueva que nos sintetice, que plasme la experiencia social, de gobierno, intelectual, colectiva y comunitaria de todos estos años. Con los que están, con los que estuvieron pero volverían, con quienes nunca estuvieron pero comparten estos principios. Tal vez la derrota del 28-J implique habernos dado cuenta de que mientras que el kirchnerismo se pensaba así mismo consolidado y la oposición lo veía ya impotente y en el ocaso, nosotros vimos que algo estaba por nacer.
“Si las cosas ya no se escriben de otra forma ya no se escriben más”
Nicolás Casullo, octubre de 2008
1. La derrota del 28-J ha sido la confirmación de una inferioridad numérica, el mazazo en el rostro de fuerzas rivales inconmensurables para el voluntarismo explícito en que habíamos caído desde marzo de 2008. No desconocíamos la debilidad previa: si de algo éramos conscientes, razón por la cual defendimos con ahínco al proceso político en marcha desde 2003, es que las mayorías circunstanciales que trabajosamente se habían anudado en el terreno electoral y en términos sociales, eran escasas, frágiles. Contrariamente a la acusación de hegemonía y autoritarismo, si algo está en el ADN de este gobierno es la condición fragmentada de su legitimidad política. Rompecabezas movedizo cuyas piezas alteran su lugar, se desplazan y se tensan cuando la voluntad política del gobierno se inclina por favorecer o emprender hendiduras decisivas.
Frente a la recuperación de cierto empuje económico y desahogo social, el haz de demandas generales y particulares de la salida de la convertibilidad cedió, en algunos casos al obtener lo que buscaban y en otros al resignarlo. Mientras que el catastrofismo macroeconómico permanentemente anunciado desde 2003 no tuvo lugar, amplios sectores medios reencontraron una alineación en la estructura social mientras diferentes segmentos populares reducían carencias. Ese principio de bienestar general, de ánimos reparados, de derechos restituidos, acompañó los mejores momentos de la presidencia de Néstor Kirchner, y constituyeron unos de los períodos más auspiciosos de la historia reciente. Cuando se dice que en la elección presidencial de 2007 no se votó por la profundización de los cambios ni por la aceleración del tiempo político hacia una agenda de transformaciones plenas, hay algo de razón. El gobierno, con su capital político todavía intacto –incluso arriesgando el cambio de liderazgo- encarnó con su propuesta más la continuidad de aquellos años dorados del primer kirchnerismo, incluso una alusión a una etapa institucional, menos repentina, que su configuración en una fuerza gobernante de avanzada.
2. Lo que sucedió entre el triunfo de Cristina Fernández en octubre de 2007, su asunción y la irrupción del conflicto por la Resolución 125 en marzo de 2008, fue la gestación de un escenario de disputa, la reacción conservadora a ese proceso. Lentamente comenzó a emerger un bloque social donde irían a reunirse fuerzas económicas, políticas y culturales que por distintas causas habían quedado en estado de dispersión o desagregación, o que incluso eran aliados y socios del gobierno. Ese conflicto, esa puja de intereses concreta, habilitó la rendija, abrió una puerta a la que no habían tenido acceso antes. Con los pequeños productores como escudo, y un mundo campestre y local restaurado tras la quiebra de los noventa, los sectores más concentrados de la economía junto a los sectores más reaccionarios de la política y la corporación mediática, dictaminaron públicamente el final del kirchnerismo como etapa política.
Lo que empezó entonces fue otra historia. A partir del primer rechazo a la Resolución 125 se resquebrajó la Argentina. Se abrió una grieta insalvable que puso en cuestión nuevamente treinta años de neoliberalismo, que evidenció otra vez los límites del Estado para definir un modelo social y económico incluyente. Todo lo que el kirchnerismo había alentado desde su inicio en cuanto a recuperación de una memoria política de compromisos militantes, y en cuanto a la gradual o tímida escisión sobre ciertas variables sociales y económicas, se halló ante una encrucijada. La aparición de una fuerza social compleja cuya escenificación fueron los cortes de ruta, los cacerolazos urbanos y la adhesión contundente de los principales medios de comunicación, mostró las debilidades del gobierno. Ese principio de enfrentamiento, leído como amenaza profunda, desató en el kirchenerismo un patrón de respuesta diferente al operado durante sus primeros años. O en todo caso, más simplificado y rústico. Una suerte de franqueza defensiva provocó un lento pero inexorable desacople de aliados, partidarios y lealtades a granel, lo que, en el mejor de los casos, blanqueó intereses, identidades y compromisos. En un juego rápido de suma y resta, el gobierno perdió mucho en lo inmediato y apostó a un tipo de ganancia trabajosa basada en algo que hasta entonces le había dado resultado, aunque ahora lo hiciera de manera expuesta y descarnada: explicitar conflictos, temas, actores. Y algo ganó.
Lo que nació entonces fue el segundo kirchnerismo, o el kirchnerismo a secas, si pensamos el proceso como depuración o pasaje en limpio. Eso sí, ese zambullirse del gobierno le reveló una debilidad infinitamente mayor a la anterior. O la misma debilidad pero esta vez con una mayor incapacidad de coaligarse y congeniar un programa con sustento político. Lejos de la transversalidad y la concertación plural, pero también peleándose con el PJ y dividiéndolo mientras lo abrazaba, el gobierno puso en escena un redoble simbólico de alto voltaje: el encuentro de la CGT, militantes piqueteros y de derechos humanos, e intelectuales.
Interpelados por la gravedad de la situación, un grupo de pensadores, profesionales y artistas tomó la palabra días después que, valientemente, el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA pedía al Poder Ejecutivo la regulación de contenidos mediáticos de abierta xenofobia, clasismo, discriminación y parcialidad a favor de intereses sectoriales. Carta Abierta comenzaba a reunirse en la Biblioteca Nacional mientras maceraba su primer texto público.
Poco antes, el 1º de abril, Cristina había hablado por primera vez en Plaza de Mayo, a 20 días del lock out agropecuario. Desde la tarima había pedido el levantamiento del paro y los cortes de ruta, a la vez que esbozaba dos líneas que tallarían de manera obsesiva en los meses posteriores. Por un lado, la acusación a la prensa de complicidad con el campo y de desestabilizar al gobierno. Por el otro, la necesidad de redistribuir la riqueza nacional. Cristina dijo “Generales mediáticos” y “Piquetes de la abundancia”. Y dijo también la enigmática frase: “El peronismo nunca alentó la lucha de clases”, que hacia atrás podía leerse como errónea, pero en el presente dejaba una estela amenazante: “Pero no nos busquen”. La explicitación de estas dos líneas o aspectos de una misma trama -medios de comunicación y redistribución de la riqueza-, fueron la respuesta del kirchnerismo al planteo agropecuario. Desde entonces, nada volvió a ser igual.
La prolongación del conflicto con el campo esmeriló la presencia del gobierno, redefiniéndole fuerzas, temas, matices, estilos, prioridades, actores y prácticas.
La derrota de la Resolución 125 en el Senado, aún tratándose de un proyecto que moderaba y complejizaba el esquema recaudatorio de marzo, dejó en pausa la desconexión con el humor general, con el cual el kirchnerismo había tenido vínculos animosos durante cinco años, con índices de popularidad cercanos al setenta por ciento.
¿Por qué la misma precariedad política sobre la que el kirchnerismo había dado sus primeros pasos ahora se le venía encima y habilitaba, con precariedad invertida, a una oposición difusa pero con creciente capacidad de daño? La estatización de Aerolíneas y, sobre, de las AFJP, fueron acaso de las medidas más audaces del gobierno desde 2003. Por la magnitud y por el símbolo. Luego vino la crisis internacional y el adelantamiento de las elecciones legislativas.
3. ¿Cuál había sido la novedad de 2008? ¿Qué convirtió en agonía cada paso del gobierno? ¿Qué se había perdido antes de perder en las urnas? ¿Qué pasó con ese peronismo que volvía a ser interpelado por izquierda? ¿Qué pasó con los sectores progresistas sin partido que eran llamados desde el gobierno a sentirse parte de lo político? ¿Qué pasó con los sectores progresistas con partido? ¿Qué pasó, incluso, con sectores moderados que habían acompañado medidas de cambio? ¿Qué impacto comenzaba a tener el descuido de aspectos formales como la intervención del INDEC? ¿Cuánto del deterioro se debió a cierto desprecio de algunos funcionarios y de ciertos episodios reñidos con la ética pública?
Como en un desfonde inseparable, de resquebrajamiento y revelación, la nueva escena permitió poner en el habla cotidiana el concepto de redistribución del ingreso, como no sucedía en el primer plano de la política argentina desde mucho tiempo atrás. A esa evocación potente de un Estado interventor se la redujo, se la caricaturizó como la pretensión de un manejo discrecional de la caja pública. Sea cual sea el desenlace, al gobierno de Cristina se le deberá la reinstalación de la idea de que el destino de los recursos del Estado implican un debate en el espacio público: asignación de prioridades. A diferencia de los noventa, que empezó con el desguace del Estado y terminó con el cepo convertible que congelaba los intercambios y a la vez castraba el germen de cualquier atisbo que los alterase. Tal vez esta haya sido la carta más fuerte del kirchnerismo en la elección del 28-J, esbozada con bastante eficacia en los spot de las personas comunes con carteles que explicaban en qué les había cambiado la vida gracias a tal o cual medida del gobierno. Nuevos jubilados, nuevos trabajadores, nuevos alumnos, nuevos profesionales. Tan derrotada pero sin embargo tan clara fue esta interpelación del proselitismo kirchenerista, que en verdad los ganadores de Capital y provincia de Buenos Aires, durante los últimos días de la campaña ensayaron posiciones contrapuestas, cambiantes y esquizofrénicas sobre el rol del Estado. Ese balbuceo, que mostraba a los futuros ganadores en una absoluta hipocresía, expresó sensiblemente el vacilar de amplios sectores medios y populares frente a ese mismo Estado al que se le reclama seguridad pero se le niega hacer política social, al que se le reclama que combata la pobreza pero se le niega los recursos necesarios. También desnudó una heterogeneidad cultural inédita en los sectores medios argentinos, donde el largo proceso de privatización de los espacios públicos –básicamente Salud y Educación, pero también la cultura en sentido amplio-, a la par de una creciente individuación de la vida cotidiana, fragmentó y desvinculó sus preocupaciones, intereses y opciones de otros segmentos menos favorecidos. Existe en el corazón de esa heterogeneidad un problema grave y, a la vez, un tipo nuevo de responsabilidad histórica que nuevamente le cabe a la clase media argentina. Acaso este mano a mano con el kirchnerismo esté ya completamente perdido: lo cierto es que darlo por perdido de una vez y para siempre implica la desagregación forzada de amplios contingentes ciudadanos que están asomándose a experimentos políticos a todas luces amenazantes. Lo peor que les ha pasado a estos sectores medios cuyas historias familiares y personales están indisolublemente ligadas al Estado en todo cuanto se imagine, es que hoy en día viven en comunidades autónomas para las cuales el Estado pareciera ser sólo un apéndice bobo que atiende a sus empleados de servicio, y al que sólo se le reclama, arteramente, que castigue a los chorros que quieren afanarles hasta las entrañas.
Lo que indudablemente se ha señalado como la gran pérdida del gobierno fue no haber mantenido como base política a los pobres, a las clases bajas, a los sectores medios-bajos. Sin abundar ni hacer sociologismo ni historicismo, no hubo proyecto político en la Argentina contemporánea, al menos desde mediados de los setenta, que haya producido una interpelación tan fuerte hacia estos sectores. El kichnerismo es su fuerza política. Si un marciano aterriza hoy en la pampa húmeda y pregunta quiénes son los líderes de las fuerzas existentes y a quienes representan, pues no hay duda que el gobierno intenta sostener un modelo estatalista mediante el cual se ha incorporado socialmente a millones de personas. Ahora bien, también se ha dicho después del 28-J que la subestimación de la pobreza a partir de 2006 le hizo perder de vista al gobierno dónde debía auxiliar de manera directa y urgente.
4. El agua potable, la vivienda popular, la salud entendida como prevención y red social que impida y no fragüe las enfermedades de la pobreza, continúan siendo necesidades impostergables. Recuperar la idea de política soberana sobre la Energía y el Transporte como sectores estratégicos y como servicios públicos, de alta sensibilidad técnica y de una manifiesta complejidad de intereses económicos y corporativos, es un imperativo que requiere el trazado de amplias coaliciones sociales, políticas y técnicas.
Sin embargo, en el horizonte abundan los nubarrones. La emergencia del poder concentrado, una vez más, busca en este presente post 28-J –ese día y esa noche con nombre de atentado- disciplinar a la política. La agenda de la oposición de derecha, empujados por las patronales del campo y el empresariado conspicuo, es el castigo ejemplar: la derrota cabal de la tentativa progresista.
La recuperación de espacios reflexión es tanto una necesidad como una prefiguración de escenarios futuros. Conocernos, vernos las caras y escucharnos, sabernos compañeros e integrantes de algo mayor, es imprescindible. Antes de sucumbir a la política nuevamente entendida como neobipartidismo conservador, necesitamos reencontrarnos en una convocatoria amplia y generosa que nos amigue y nos contenga. Lejos de las etiquetas electoralistas pero también lejos de estructuras partidarias vacías. Cerca de las organizaciones sociales, de los sindicatos y de la producción cultural. En sintonía con los proyectos de reforma social y política de América Latina.
Hace pocos días, Horacio González dijo en un reportaje que le gustaría que de la experiencia del kirchnerismo surgiera una alternativa importante para el 2011, aún con las enormes dificultades que esto significa. Y que para ello se necesita una imaginación política que sirva para crear nuevas expresiones políticas, incluso con nuevos nombres. Creemos en la necesidad de darle a este momento histórico de la Argentina una nueva fuerza política. Una identidad nueva que nos sintetice, que plasme la experiencia social, de gobierno, intelectual, colectiva y comunitaria de todos estos años. Con los que están, con los que estuvieron pero volverían, con quienes nunca estuvieron pero comparten estos principios. Tal vez la derrota del 28-J implique habernos dado cuenta de que mientras que el kirchnerismo se pensaba así mismo consolidado y la oposición lo veía ya impotente y en el ocaso, nosotros vimos que algo estaba por nacer.
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